Siete años
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No recuerdo el día que nos conocimos, ha llovido mucho y en la Plaza Nueva
ya no se coge el 17 que me llevaba al Polígono. Eran años de vespino,
Tremendo...
Hace 6 años
La mejor metáfora es aquella que ostentamos con la fuerza de la existencia, o acaso, ¿no vivimos para morir?
Me tiembla el espíritu rocoso de muralla, se amilanan los mimbres de armadura invencible y se desvanece el ardor frenético de la tenacidad cuando deslizas esa forma de observar.
Inmóvil, en el paraninfo de la vida, hierático y preso de una plenitud comprada con el tiempo. En la celosía de este mundo, en el zaguán de las vicisitudes, en el prefacio interminable de tu biografía, en el recibidor perpetuo, anquilosado como un paragüero estanco, carcomido y acomodado, inservible y parásito, desmembrado e ineficaz, desentonado y quejoso, viendo pasar la vida con la añoranza anodina de un lector de feisbuk pasivo y envidioso que se retuerce con cada pulgar erizado. Y al otro lado, ruin, egoísta y fugaz, la vida con su arrogancia y su ternura, su crisol de sabores y luces, con sus sombras transparentes, con sus sueños, con el oleo celeste de tus ilusiones en un sarcástico guiño al confort de tu quietud.
Allá donde se esconde el alma de los invisibles, en el palpitar sereno del eterno fruto de la vid, que engendrado sobrevive en el anonimato, en la más profunda transformación y usurpación de su propio territorio. Y desde la distancia más próxima e indómita, de la inmanejable quietud que se desprende de la debilidad humana, renace un único deseo irrefrenable que domina el ser en su compleja plenitud. Allá donde se esconde todo, bajo la mira del prurito anhelo de quien se sabe pleno sin arrogancia, y tras el juicio sereno e intachable del tiempo, allá la vida es más dulce y calma que los propios sueños. Duerme la vida en mis manos y en mis sueños, en el reflejo perpetuo de un deseo irrenunciable que amanece y duerme conmigo, que desata mis tormentos más dulces y que cristaliza en los versos que nunca supe escribir. Tal vez un poemario se escriba solo, o quizá una pluma invente un boceto intachable alguna vez, pero nunca sabrá la espera renunciar a su impaciencia, como el ego tachar de cruel al protagonismo, ni siquiera sabrá la luna más que acertar con un momento exacto del encuentro. Calma y mar, en todo, que vida y tiempo ya pongo yo, luz y sol en todo ello, que no hay noche que no amanezca ni sol que cien años dure sin marchitar su luz.
Cuando la vida pasa por tu lado disfrazada de tristeza, cuando duele una mirada de arcén, cuando pesa su recuerdo más que los años, cuando la soledad se clava en el cristal que os separaba, cuando un sueño se incumple y cuando los deseos se aferran al arrepentimiento duele el alma en cada latido del corazón huérfano de abrazos y miradas que se han perdido para siempre. La culpa no existe en ti, ni tan siquiera en tus actos, ni es el amo de tus intenciones. La vida no
Los puentes no han logrado nunca atravesar los océanos, como la piel nunca tiene memoria de las caricias que se dieron. Los imposibles perviven solo en el intento, en los sueños y en los anhelos de los que saben soñar cuando se turbia el agua que separa el límite acristalado de la distancia. Pero ten paciencia, sigue tu rumbo, tu camino, por más que veas correr a los otros vestidos de imposibles que no saben reconocer, no tuerzas tus pasos, no vaciles, no enturbies tus ideas, no aturdas el guión que marcaba tus huellas y que te han traído hasta aquí. Aprovecha el impulso de ese golpe de aire de los que te pasan veloces y tómalo como aliento, y el veneno escúpelo sin acritud, sin maldad, olvida y levanta el vuelo de tus alas con el motor de tu soledad. El desprecio no sirve de nada, vivir lo arregla todo, vivir en paz, amar lo propio y lo ajeno con la esperanza de que todo cambie, respetar sin juicios ni reproches, amar con la dulzura de quién no conoce el sacrilegio, amar con la esperanza de quien ve huellas donde no hubo pasos, amar con la grandeza de quien se quiere, y ver luces en la sombras, y ver como el mundo cambia, como se transforma, como los símbolos son señales y las barreras puentes, y las cadenas impulsos, y las líneas quebradas sonrisas, y los días amaneceres, y los ahogos latidos, y los negros colores y un sinfín de verdades que vivían en ti sin tú vivirlas.
No tengas miedo, no llores, no tiembles, deja de reír a
ratos. Deja de mirar paisajes escarpados que no existen, de navegar por
paisajes encriptados en versos de humo. Deja de ver azules en lo ajeno, de ver
cielos en otros ojos, y despierta tu ceguera a golpes, a fuertes sacudidas de
honra que dilaten su acritud hasta tocarte el alma y mirarla con desprecio.
Solo entonces, cuando veas aquellas protuberancias erizadas de monte inútil,
con tu esfinge erguida y absoluta, cuando alcance tu mirada a ver que el fusilero
cobarde vivía dentro de ti, cuando observes que los retorcidos quebraderos de
ideales no anidan en uno mismo sino en la propia perfección. Solo
entonces, aquellas motas grises, barreras interminables de ínfima altura,
esbozos de arena disueltos en el amor -en el propio y el ajeno-, liquidados
cuando el frio de tus manos se turbó con el cálido apasionamiento de alguien
que se ama, descansará tu inquietud. Solo entonces, solo ahora, despertarás de
tu absurdo, de la empecinada gravedad que acuciaba tu humano cuerpo, tu alma y
hasta el tesoro invertebrado de tu persona, el ímpetu y los sueños que parecían
disueltos al fragor que ahogaba tus pensamientos, el nudo marinero que ciñó con ahínco tus palabras exhaladas, tus gritos
inútiles y tus deseos silenciados. Solo entonces, solo ahora. Porque hay
una existencia pasajera que vive en ti con ganas de vivir, de amar, y de ser
testigo de todo ello desde la atalaya privilegiada de un alma en paz consigo
misma, con los deseos, con la vida y con uno mismo. No tengas miedo, no llores,
no tiembles y deja de reír a ratos.