domingo, 30 de noviembre de 2008

Nieve

Me gusta llevar siempre las llaves encima por si puedo entrar, al menos un rato, a sentarme en la sala y escribir. Derrochar sentidos bajo una candela que me alumbre, que me sosiegue que me detenga en la parada fría de esta vida que corre sin sostén. Recordaba las palabras de Gata, cuando me decía aquello de las carreras del tiempo, y es que apenas hay tiempo para lo que verdaderamente lo necesita. Me asomé a al ventana a eso de las diez, cuando terminé de luchar con el frío de mis sábanas y me atrapó la luz de aquel ventanal enorme que da a la plaza, a la esférica llanura que congrega a propios y extraños. Caían del cielo lazos blancos, copos de tiempo que se desplomaban insensibles sobre el asfalto helado del mercado. Recordé entonces todo lo que corremos para llegar a nada, el tiempo que empleamos en cosas inútiles y el que perdemos en cosas que creemos importantes. Veía nevar y pasaban por mi memoria miles de recuerdos otoñales, primaverales, estampas navideñas y vanalidades de la época. Quiero atrapar un copo y preguntarle si el tiempo le agobia para llegar a su destino. Cuando llegue no se parecerá en nada al que se engendró en aquellas alturas, cuando pase un tiempo será aún menos reconocible, y con las horas ya nadie dirá ni tan siquiera que estuvo allí. Vaya vida copo, pero no es muy diferente a la de todos nosotros, cuan identificado me siento contigo. Me prometo no correr, ni pasar el tiempo sin vivirlo, te prometo a ti, que vi como caías y te fundías en mis manos que nada será importante si de verdad no lo merece, que cada segundo de vida que dedique a quién lo haga, a qué lo dedique, será merecido. ¡Bendito Invierno!

domingo, 23 de noviembre de 2008

¡Espera!

Idas y venidas sin perderse en el camino. Ese es el reto que por ahora me he impuesto. No perderme, ni a mi ni al tiempo que me deja vivir, o más bien en el que vivo. Y es que tengo la sensación de llegar tarde a cada momento de mi vida. Esto empieza a correr tan rápido que no se si me hacen falta unas vacaciones o tomarme las prisas con mas pausas, o tal vez detener los pasos cuando mis pies anden sin que nadie los mande. Ni tan siquiera he tenido espacio para leer a gusto como me apasiona, de rebuscar en los rincones novelas encorsetadas, de desenrollar pergaminos con tintes de vida, de humanizarme con vidas paralelas. Me agota esto de no sentirte tuyo, de no poder parar el tiempo. Estoy cansado de ver amaneceres que anochecen antes de nacer. Quería volver a escribir algo con pausa, de abrir mi paraíso más a menudo para contaros retales que pienso e intento escribir para compartir. Hoy lo veo todo como si incrustara los ojos en las cristaleras del ave e intentara fijarme en el último punto de color negro que veo tras el cristal. Es desastroso. Tengo que parar la máquina o terminará por arrojar tornillos a lo loco, por destripar las paredes a chorros de tinta negra. Quiero que se detenga un poco todo para tomar ventaja. El caso es que necesito más tiempo del que tengo y eso, además de egoísta es inapropiado e imposible. Lo dicho, que intentaré volver con algo de pausa al paraíso o terminaré por hacer horas los segundos por más que la esfera quiera parecerse a quien no sabe. ¿Es que solo tengo yo prisas? si a mi la vida me va bien con sus pausas, su cadencia que sin ser tediosa tiene un compás que le da sabor, pero es que se acortan las horas a un ritmo que me preocupa. Será cuestión de seguir buscando huecos en la piel perforada de la vida.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Bienvenidos...

Esto de las bienvenidas no es algo que me llene porque suena a frase hecha, y como casi todo lo que está elaborado antes de hablarlo suena a gélido cantar de frailes traicioneros. Era una excusa para todo lo que acontecía en el habitáculo. Mientras andaba por el pasillo buscando el puesto designado intentaba recordar a que olía aquel sitio. Eran millones de recuerdos, pero el suelo enmoquetado, la calefacción que aislaba de este otoño caprichoso, y el cálido recibimiento de un ocaso incipiente no me dejaba acertar con mis sentimientos. Un par de minutos, o al menos para mi lo fueron, y todo comenzó a moverse como de costumbre.
Cuando se hace por placer casi todo tiene un color preferido, un olor sensacional, y hasta las puestas parecen dibujadas para alegrarte el día. Cuando te incita la obligación todo parece decolorarse y tomar un sabor rancio y anodino que diluye los paisajes como el cuadro que pierde su morfología bajo una lluvia copiosa. Sangrando colores en un cielo que despertaba de su letargo nocturno, me resignaba a ver grises donde otros veían celestes, a escuchar ruidos cuando algunos bailaban su melodía. A dos horas y media de camino no parece que tenga mucho tiempo para divagar y perder el tiempo soñando con paraísos que no existen, pero si para el recuerdo. Recordar, comparar, mirar al presente con la cuartilla del pasado intentando guiar las líneas a lápiz en el papel de cebolla y ver si coinciden los trazos. Volqué mis pupilas en la ventana como si quisiera fotografiar cada paisaje mientras intentaba discernir cual de aquellos suaves sonidos era el de las espadas que se batían en duelo por un amor.

Enmascarados cada uno de ellos con un hilo musical que te transporta, y perdido en horas que no son de mi existencia no acertaba a distinguir aquellos sonidos de la infancia que me porteaba casi sin quererlo evitar. Recuerdo aquellas mañanas preciosas que amanecían de una forma tan distinta a éstas, cargado con las bicicletas y dispuesto a empezar un ruta perdidos en la sierra o cualquier lugar inolvidable de la infancia.
Ya no escucho las espadas batientes en un duelo apasionante, no oigo como cruje el roble por el peso del viejo pájaro de acero -ya ni siquiera lo es-, ni resopla airoso al caminar por llanos verdeados y apacibles. No afila el raíl su planura sobre el canto de la rodadura, y si lo hace ya no suena como las ruedas correosas sujetas al sillín del viejo afilador de mi barrio. Ahora la pieza esferoide acaricia el raíl con un suave y aterciopelado contoneo que no llega a la superficie, el joven polluelo camina sobre alfombras sedadas con el susurro de un ruiseñor a la mañana.
Aún espero sentado en este asiento sin agujeros, sin polvo que lo resquebraje, sin arena ni resina que le de ese olor a paseo de largo recorrido, al hombre de la chaqueta azul. Con su bigote intimidante, vestigio de épocas que perduran, con sus manos encalladas y serenas, y su andar vacilante pero seguro, se acercaba. Hoy no se ni dónde andará, pero siento necesidad de mostrar mi billete y escuchar como se trilla bajo el picador del hombre de la chaqueta azul.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Luz

10:29, suena el teléfono. Por esto de las melodías, se que no es un número conocido. 615..., puf, solo espero que no sea del trabajo, o temas adyacentes que diría aquel, no tengo ganas de decirle dónde se coloca el poster de telefónica o por dónde tienen que tirar el cable, o el lugar en el que necesito la red para montar la adsl. Hoy no trabajo. Día de libre disposición que ha cogido el centro, bueno, la población en sí. Para mi uno más para disfrutar de los mios y estar en casa en la estufita leyendo blogs y compartiendo la mesa, comiendo en compañía, que ya es bastante para mi.

Era una persona que ha cambiado sus mañanas en casa con las labores de cada día, por una fría estancia entre paredes blancas y tubos que descansan en una cama llena de lamentos desde hace seis meses. Los que lleva María sufriendo golpes que da la vida en el cuerpo joven de su marido. Después de esquivar la muerte en un escorzo de valentía y esfuerzo humano, las ganas de vivir le han dado otro aire a una situación que parecía se había vuelto gris. Cuando se derrumban los motivos, las ilusiones, el maldito virus de este siglo logra abatirte y tumbar tus esperanzas. Pero hoy la vida deparaba un respiro para ellos, una alegría que llenaba de lágrimas sus ojos y entrecortaba su voz.
El miedo a perder la identidad fluye en nosotros desde que nos configuramos, la estética navega en nuestras vidas como la foto que envejece en la cartera. Nadie quiere perder su rostro en tiempos de cirugía gratuita y de amor a lo figurativo. Hoy, que la imagen dice más que millones de palabras, que te juzgan por tu apariencia, cambiar la luz que ilumina tus ojos, girar tu cara por caprichos del maldito cáncer era demasiado castigo para un joven cuya mayor ilusión es ver sonreír cada mañana a su hija y poder besar a su mujer agradeciendo todo lo que hizo por él en aquel maldito hospital. Todo lo mejor guardaba el destino para ellos.
Con voz emocionada y una desbordante alegría me lo confirmaba, nada va a cambiar, lo intervendrán pero sin consecuencias estéticas, las pruebas han salido bien y Dios ha dado un respiro a estos jóvenes cansados de sufrir la apatía, el dolor y el pesar de un sufrimiento que dura demasiado.

Es de esas mañanas que te cambian el día, de esas que sueñas se produzcan de una vez cuando esperas algo con ansia. Se empieza a ver la luz en un camino lleno de sombras, pero me alegro hoy de cosas minúsculas que engrandecen la leyenda. Me alegro de haber tenido batería en el móvil, de no tenerlo en silencio como de costumbre, de que brille el sol, de que llueva, de que alguien especial para mi venga a comer con una sonrisa que hace tiempo no veía en sus labios, me alegro de estar aquí para poderla abrazar. Hoy, ha merecido tanto la pena levantarme y respirar que se ha coloreado todo de azul celeste, hasta mis ojos. Puede que sea el velo cristalino de esas lágrimas que me han emocionado, pero estoy seguro que es parte de un nuevo cristal con el que mirar la vida. Solo las cosas importantes merecen la pena, lo difícil es definir, hallarlas, y valorar con el suficiente conocimiento como para no sufrir con vanidades.