miércoles, 31 de diciembre de 2008

Paseos de calle

Hace frío. Lo se porque lloran los cristales al otro lado, porque el péndulo lunar escancia el tiempo con pausa, y porque los pájaros se funden con las ramas del viejo madroño languidecido. También lo veo en las figuritas efímeras que dibujan los niños con sus respiración mientras ríen asombrados, y en mi, en mi propio caminar tembloroso y encojido sobre mi soledad. Paseo como de costumbre con nocturnidad en ciernes y sosegada cadencia, mientras bebo de las fuentes que chorrean del manantial de la vida. En cada losa que pierde su virginidad tras mis pasos brota una historia ávida de ser conocida, y merecidamente envasada en tarros que puedan transportarse a libros que leer. Sin duda hay páginas de relatos apoltronadas en las esquinas, plantados en las huellas de los pasos, humedeciendo los cartones a la puerta de alguna expendeduría. Poemas esconde el mundo, pero pocos los saben leer, relatos ofrece la casualidad pero pocos se han de contar.
Meditaba al paso paradigmas inventados, teorías sin sustento y falacias varias de esas que adornan la realidad cuando me sorprendió una mirada que no esperaba. Estoy acostumbrado a observar, y a veces, me ruboriza el descaro con que lo hago inmerso en mi quietud mientras lo pienso. Pero me resulta casi ofensivo cuando soy el blanco del objetivo pupiloso de algún cazador de vidas.
Cuando un iris retrata lo hace con el suficiente nervio como para ser descubierto y hallado en la infragancia de su delito. Del mismo modo sucede que duele la presión ocular sobre la piel, que penetra en ella observado la crudeza descarada de quien lo hace. Pero en esta ocasión, me sentía casi cómodo, diría que incluso ruborizado. Una ojeada me bastó para entenderlo todo.
Es común aquello de la conexión, pero sentirlo perdura en el epitelio y cada vez que silva el viento matutino siento sus ojos sobre mis brazos que repelen la angustia en una erección de bello que me electriza. Y es que aquella noche me bastó una mirada para dar por satisfecho mi paseo. De ojos verde desconchado, con una chaqueta azul querosenada, un pantalón de pana provenzal y unos ojos prestados por la soledad emergía Chris. Harapiento, desconjuntado, sin fuerzas para levantar la mirada, sin ganas de hacerlo, hastiado de promesas infundadas y cuentos de navidad que regalan cantos de sirenas que mueren bajo el mar.
Algo no funciona, pero tengo la sensación de que hemos conectado, estamos de acuerdo en todo, en la miseria, en la opulencia, y en la virtud de lo mediocre que estamos pensando. Asentir parecía lo más inimaginable sin mediar palabra, pero lo hicimos. Su vida, como la mía, no tienen porque ser tan diferentes, solo depende de coincidencias que en algún momento no coincidieron. En aquella, si lo hicieron nuestras miradas, se que me entendió, nos entendimos. A mi también me duelen las falacias, los teatrillos inventados por marionetas de papel, las películas de guión anticipado. Leí tus ojos, y me fui feliz para casa, con los mios, con apuntes de tus ojos sobre mi cajón de cosas importantes, junto al de necedades, pero lo cerré bien para que no se mezclasen los recursos. Valió la pena salir a pasear, como siempre. Bendito paseo de calle.

martes, 23 de diciembre de 2008

¿Cómo dice?

- ¡Hola!
- ¡Buenos días!
- Yo voy al cuarto, ¿usted?
- Yo al segundo, gracias.
(...)
¡Ea, ya estamos aquí! pues nada, hasta luego...y Feliz Navidad.
Fueron dos pisos subiendo que se hicieron eternos en mi memoria, millones de segundos en los que no dejaba de pensar en esa coletilla tediosa que había quedado clavada en las paredes del ascensor como una caricia complaciente ante el vacío de un adios. Feliz Navidad. Feliz, de felicidad supongo, de alegría, de satisfacción, de gusto, de suerte. Y Navidad de natividad, de nacimiento, de la edad de una persona. Excelente, una prosa cautivadora, magistral, un relato breve pero lleno de sentimientos. Y me preguntaba, que noble sentimiento no invadirá a ese hombre que no he visto en mi vida para desearme tanto bien. Le habré caido en gracia, habrán sido tan intensos esos trece segundos en aquel habitáculo cuadrangular que habrá pensado que debo ser un buen tipo. Cómo si no iba a desearme tantas cosas buenas de golpe. Yo estaba afanado en descubrir tras sus huellas que oficio se escondía en aquel traje negro y camisa rosa ataviada con corbata de tonos celestes y bonitos gemelos dorados, cuando me sorprendió con aquel epílogo. Puede que quisiera agradecerme tanto interés en su vida con aquel maravilloso deseo. No podía olvidarme de su cara, de aquella risa maquillada en un rostro destrozado por el paso de las horas, sus ojos profundos hundidos bajo los párpados que como telones de acero se ceñían sobre las inmensas ojeras que perfilaban la esferidad de las pupilas castigadas por una luz artificial hiriente. Y cuando esperaba oir un amasijo de palabras de las que apuntan los diccionarios de mano en su apartado de despedidas, encontré aquellos dos vocablos unidos.
Al salir a la calle lo vi escrito en las paredes, colgado de los árboles, en los balcones junto a dóciles cervatillos y un hombre de baja estatura, anchote y vestido con una bata roja con cara de recién levantado, en cordeles con luces que formaban el sustantivo adjetivado. Todo el mundo lo repetía una y otra vez, a conocidos y a extraños, a indigentes que miraban por primera vez y lo hacían con cara compasiva.
Iba a comprar el pan, llevaba casi lo justo, pero me tuvo que dar algo de vuelta, al tomarlo me despedí, y casi sin control lingual, ni bucal, ni fonológico, ni se yo que más, me escuché con asombro: ¡Feliz Navidad!, lo había dicho, lo había lanzado, esa coletilla tediosa había quedado clavada en las paredes de aquella panadería. Y el buen hombre condescendiente correspondió: Igualmente. Igual de feliz para mi supongo, igual de Navidad para mi, tan feliz como la tuya, que lindo sentimiento, seguro que el panadero pensará todos estos días en mi, en si soy feliz, si tengo algún problema que no me deja dormir, si mi familia se encuentra bien. Vi su mirada, estaba completamente comprometido con mi felicidad. Yo me marché pensando en él, en su mujer, en sus hijos, en... no se que más, no se si comerá con su suegra o si está divorciado, si pasará las navidades en un hospital o entre familiares y amigos, si será muy feliz, o si llorará a un ser querido. Ahora me siento mal, tal vez debí pensarlo antes de decirlo, quizás no debí decírselo nunca, no lo conozco lo suficiente. no conocía ni lo que deseaba, caí.
No se si caer, o rodar con la inercia melancólica que nos invade, o marcharme corriendo sin termianar la entrada, pero no penseis que lo hago sin más, solo quiero que seais felices, ahora en navidad y siempre, porque vuestra felicidad es gran parte de la mia. Feliz Navidad y Feliz vida amigos.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Volver

Se rompe la tarde en mil pedazos, el cielo, lienzo impoluto de azules combinado, deja de ser un horizonte claro en el que mirarse.
Llevo el coche más cargado que de costumbre, la maleta abulta, y en cada curva parece que no voy solo, que vuelvo con más de lo que vine.
Hoy han empezado mis vacaciones, y elegí esta tarde de viernes para volver a casa porque no me gusta esperar, y porque conducir de noche, te hace ver luces, quizás el único momento en el que lo vea todo tan claro como añoro.
De nuevo de vuelta...

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Mi pequeño paraiso

Cuando atardece no lo hace sobre ti, ni sobre tu dorada plenitud, ni tan siquiera sobre tu ocaso. Cuando atardece mece tu luz la caracola que mansa llega a las manos de la guitarra. Aquella que rasga en la arena humedecida estrofas de sal que dibujan tu nombre al chasquido de su rotura. Cuando atardece solo el alarido inconformista de las gaviotas que elevan el telón despierta la noche.

Anaranjada, con tu piel enrojecida de un sol quebradizo que moribundo escapa de tu mirada, somnolienta. Fresca como el aroma de tu puerto y fría como la exhalación de un vagabundo junto a las redes andrajosas.

Cuando atardece con la cobriza insistencia de cada día, se riegan tus calles de silencio, se escuchan las voces del mar, el eco de las gargantas de mis marineros, redobla el cabo de la mayor en el mástil a quien no puede izar el amor por golpes de aquel destino.

Cuando atardece en cada palmo de tu isla, caprichosa y sagaz toman forma las mañanas, ablanda su alcoba la luna, que descansa cada noche, en tus brazos mi Isla Cristina.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Travesias

Por fin llegas, vacilante e inquieta, serena en tu frágil navío. Oteaba el horizonte buscándote sin hallar una ola submarina que escribiera los poemas que tu vienes a narrar. Espumosa, y volteando el océano a tus pies, insolente y caprichosa, dando sorbos salobres hasta morir en la orilla arenosa de la humanidad.
Mirándote bien no se por qué pasé tantas horas esperándote, vidrio gélido de profundidades, cajón roto de verdades que escaparon en corrientes de alta mar. Pero sabes, baúl acristalado de sueños que navegan sin rumbo, que ansío tu llegada como el ojo persigue la esquina para ver el más allá. Húmedo y empapado de tinta aferrada al papiro me ha llegado tu mensaje, tardó mas de lo que esperaba, decía menos de lo que ansiaba, pero me bastó. Ahora se tanto de ti como tú, tanto de mi como el mar, tanto de nosotros como queríamos saber. Quise responderte, pero el mar no me dijo tu dirección, aún sabiendo la mía.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Necedades

Traigo rota la inspiración en pedazos de folio blanco con membrete universitario y aún así tenía ganas de entrar en el paraíso a...volver. Lo echaba tanto de menos como todo el día de hoy, de prisas, de silencios mios, de vacíos bibliotecarios, de facultad, de extraños ecos afanados en acompañar mi unidad. Comía como hace tiempo, solo en alguna mesa de aquel extenso comedor de plato frío en bandeja, y como siempre que tengo la oportunidad me dediqué el momento para observar cuanto acontecía. Es uno de los placeres de la vida, reflexionar con uno mismo, comparar, y morir de la risa interior que te cosquillea hasta que te sonroja imaginando el "yo", en la diana de al ironía. Es un acto tan social y poco valorado que el hecho de comer se frivoliza a golpe de prisa sin detenerse en todo lo que conlleva. Prometo continuar, me ahoga el tiempo y no quiero desbaratar los procesos.