martes, 23 de diciembre de 2008

¿Cómo dice?

- ¡Hola!
- ¡Buenos días!
- Yo voy al cuarto, ¿usted?
- Yo al segundo, gracias.
(...)
¡Ea, ya estamos aquí! pues nada, hasta luego...y Feliz Navidad.
Fueron dos pisos subiendo que se hicieron eternos en mi memoria, millones de segundos en los que no dejaba de pensar en esa coletilla tediosa que había quedado clavada en las paredes del ascensor como una caricia complaciente ante el vacío de un adios. Feliz Navidad. Feliz, de felicidad supongo, de alegría, de satisfacción, de gusto, de suerte. Y Navidad de natividad, de nacimiento, de la edad de una persona. Excelente, una prosa cautivadora, magistral, un relato breve pero lleno de sentimientos. Y me preguntaba, que noble sentimiento no invadirá a ese hombre que no he visto en mi vida para desearme tanto bien. Le habré caido en gracia, habrán sido tan intensos esos trece segundos en aquel habitáculo cuadrangular que habrá pensado que debo ser un buen tipo. Cómo si no iba a desearme tantas cosas buenas de golpe. Yo estaba afanado en descubrir tras sus huellas que oficio se escondía en aquel traje negro y camisa rosa ataviada con corbata de tonos celestes y bonitos gemelos dorados, cuando me sorprendió con aquel epílogo. Puede que quisiera agradecerme tanto interés en su vida con aquel maravilloso deseo. No podía olvidarme de su cara, de aquella risa maquillada en un rostro destrozado por el paso de las horas, sus ojos profundos hundidos bajo los párpados que como telones de acero se ceñían sobre las inmensas ojeras que perfilaban la esferidad de las pupilas castigadas por una luz artificial hiriente. Y cuando esperaba oir un amasijo de palabras de las que apuntan los diccionarios de mano en su apartado de despedidas, encontré aquellos dos vocablos unidos.
Al salir a la calle lo vi escrito en las paredes, colgado de los árboles, en los balcones junto a dóciles cervatillos y un hombre de baja estatura, anchote y vestido con una bata roja con cara de recién levantado, en cordeles con luces que formaban el sustantivo adjetivado. Todo el mundo lo repetía una y otra vez, a conocidos y a extraños, a indigentes que miraban por primera vez y lo hacían con cara compasiva.
Iba a comprar el pan, llevaba casi lo justo, pero me tuvo que dar algo de vuelta, al tomarlo me despedí, y casi sin control lingual, ni bucal, ni fonológico, ni se yo que más, me escuché con asombro: ¡Feliz Navidad!, lo había dicho, lo había lanzado, esa coletilla tediosa había quedado clavada en las paredes de aquella panadería. Y el buen hombre condescendiente correspondió: Igualmente. Igual de feliz para mi supongo, igual de Navidad para mi, tan feliz como la tuya, que lindo sentimiento, seguro que el panadero pensará todos estos días en mi, en si soy feliz, si tengo algún problema que no me deja dormir, si mi familia se encuentra bien. Vi su mirada, estaba completamente comprometido con mi felicidad. Yo me marché pensando en él, en su mujer, en sus hijos, en... no se que más, no se si comerá con su suegra o si está divorciado, si pasará las navidades en un hospital o entre familiares y amigos, si será muy feliz, o si llorará a un ser querido. Ahora me siento mal, tal vez debí pensarlo antes de decirlo, quizás no debí decírselo nunca, no lo conozco lo suficiente. no conocía ni lo que deseaba, caí.
No se si caer, o rodar con la inercia melancólica que nos invade, o marcharme corriendo sin termianar la entrada, pero no penseis que lo hago sin más, solo quiero que seais felices, ahora en navidad y siempre, porque vuestra felicidad es gran parte de la mia. Feliz Navidad y Feliz vida amigos.

1 comentario:

Juanma dijo...

Querido Miguel: tus palabras en mi blog siempre me conmueven. No sé cómo agradecértelas.
En fin, qué decirte. A mí, tus relatos, siempre me dejan sentado mirando hacia la ventana (abierta de par en par por mucho frío que haga), pensando, sintiendo...y eso, querido, es impagable. Así que ya sabes: no soy el único que escribe bien.
Un fuerte abrazo, querido amigo.