Si pudiera arrimar mi almohada a tu orilla, entremeter mis sábanas en la
hendidura de tus yagas, si pudiera extender mis pies sobre el llano de
tus letras, separar entre mis manos los adverbios y besar la comisura de
tus páginas con el remanso de su olor a café. Dormir en tus brazos,
como soñando despierto. Despertar en tu alcoba, a tus pies. Solo así
podría explicarle a los niños que el mundo nace de un libro, muere en
sus pastas de sed, y vive por siempre en las letras de los que lo saben
leer.
Primer viernes de Cuaresma
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Primer viernes de Cuaresma, minutos antes de las siete de la tarde. Por
lontananza, recortaba la moderna silueta de las setas un atardecer
machadiano, ent...
Hace 1 año