jueves, 24 de noviembre de 2011

Apuntes

Tropezando a diario con esquinas que se tuercen, con cielos grises antes de anochecer uno se acostumbrar a dejar en el paladar el regusto de un buen sorbo. Tomé el cuaderno y casi no tuve tiempo para afilar el lápiz cuando me veía escribir: `somos lo que pensamos en ese momento´. No hay más verdad que la que sale del corazón ni mas ideal que el que se piensa en el mismo instante que se cuenta. Ha sido el impulso justo para dormir la luz que aún queda en la mesa junto a mi cuaderno, la oración perfecta para escribir los sueños en mis sábanas y la reflexión exacta para ajustar el día como merece. Tanto afanarnos en mantener los ideales, los pensamientos, las verdades y miserias de uno mismo ,sin pensar lo que conlleva. Ya no voy a luchar más conmigo mismo, voy a ser lo que pienso en cada momento, lo que sueñas añadiría yo, y lo que deseas. No hay más libertad que la del pensamiento, ni más intimidad que la de uno mismo.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Cerraré mis ojos...

...y apagaré las luces que aún quedan encendidas en el hueco de la escalera. Esa que sube a los paraísos que nunca alcanzo y que busco detrás de la almohada. A veces siento que no vale la pena ir haciendo sombras con los manos, llorar las despedidas, ni endulzar los cantos de las puertas antes de abrirlas. La vida viene a tus brazos como vive y como respira, llega al umbral de tu ignorancia con una sonrisa y se marcha perspicaz y hábil entre los dedos de tus pies con un eco sordo que te deja pensativo, pero poco más. La vida sobrevive nuestra arrogancia, nuestra quietud y nuestra miseria, le importamos poco más que lo que la ocupamos. Al fin no somos más que tiempos acumulados, pinceladas de un cuadro que cambia su lienzo cada tarde en un lecho y lo vuelve a repintar sobre la marquesina dorada en los brazos de una madre. Cerraré mis ojos y haré paredes sordas en mi cuaderno, plumas ciegas de hojas verdes. Es inútil cambiar el mundo a piezas. Me iré a dormir como siempre, despertaré y quizás entonces abra los ojos de nuevo. Entonces, solo entonces, abriré el camino de piedras, el saco que dejé junto a mi cama, aquel de las perfecciones. Leeré el primer fragmento y empezaré por el principio. No, mejor, por donde pueda.

Abriré mis ojos..

Ya casi está en órbita el nuevo invento de Paolo Vasile. El cristal de las mentiras quiere revolucionar la parrilla televisiva con un programa que gustará más o menos, pero que dará que hablar: `El comecocos´. En uno de los púlpitos televisivos donde más injurias se vierten por minuto vienen a `enseñarnos´ a hablar. `Atentos padres, madres y profesores de todas las categorías´ decía la insolente Mercedes Milá en una entrevista para que nos sentemos a ver lo que se debe hacer para cambiar la enseñanza.

Morderse la lengua es insano, contraproducente, antinatural y hasta físicamente improductivo, de modo que no lo voy a hacer. Además, hay que hablar, que a esto vienen. Voy a empezar por donde pueda pero el título es horrendamente sarcástico. Si estamos fomentando que la oratoria es beneficiosa para nuestros estudiantes, si es necesaria –con lo cual coincido y da pena ver el caso contrario- olvidémonos de títulos de este calibre que vienen a considerar la oratoria, el discurso y la palabra como una forma de `comer el coco´ a alguien. Ocurre que la dinámica es tan perversa que se normaliza. La inercia en la que cae la cadena, el sonambulismo al que nos castiga, y la tendencia secular de los televidentes somete a un profundo insomnio nuestra conciencia, pero a le vez nuestra dignidad. Lo creemos todo porque nos `comen el coco´ con una magistral perversión que roza el protocolo perfecto de la mejor de las doctrinas. Pero no basta con ello, ahora vamos a entrenar a los `elegidos´ con el beneplácito de todos para que vean que esto de persuadir es bueno, solo lo hacen los elegidos y además es lógico creérselo. La espiral, pensada y analizada con frialdad es despiadadamente inteligente y suspicaz.

Y para adornar el pastel se sienta en la mesa del jurado la presentadora de la televisión que camufla tropezones con espontaneidad, que destroza la castellana lengua con su denostada impulsividad. Me viene a la mente ese muñequito implacable comiendo y comiendo, con ese ruidito monótono de fondo, comiendo y comiendo, y viendo lo inevitable de su camino, y comiendo y comiendo, moviendo la maquinita sin poder quitarle los ojos a la pantalla, y comiendo y comiendo. Yo no digo que estén haciendo cantera, que hayan comenzado a montar la fábrica en un circo romano, yo no digo que allí se elaboren los nuevos colaboradores para reciclar los quemados modelos callejeros, yo no digo que sea la particular facultad de periodismo de Mediaset, yo no digo más que lo que leen. Las palabras eran mias hasta que las compartí,. Las opiniones, siempre son de quien las piensa.

Tenemos que saber hacer muchas cosas, y nos quieren enseñar a hacer más. Pero me pregunto, desde mi ignorancia, desde mi frontón particular: ¿Quién nos va a enseñar a escuchar, a pensar, a criticar, a analizar? ¿y a ser persona? ¿Por qué no nos enseñan nada de eso?, quizás no interese demasiado.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Egoístas

Es el momento justo del giro, el revés de la tuerca que se ciñe sobre su robusta esferidad para fijarse con plenitud al corpiño de su imagen. No soy más que el tapón de la botella que no termina de cerrarse, el pestillo encajado que no cierra al empujar, la manibela seca de una vieja puerta oxidada, o tal vez el escalón pervertido de los llanos sin aviso. Y qué mas da, si en este mundo solo tiene importancia la vida de unos pocos. Acaso nos importan los griegos más allá de sus islas, o los árabes más allá de su color, o el dinero, o qué se yo. A mi me importa este momento, conmigo, a solas, porque somos egoístas en el grado más superlativo de la humanidad, en la gama más intensa de colores, en la idiosincrasia más plena y personal que nos domina. Y somos egoístas porque inventamos la empatía para discernir lo bueno de lo amargo, porque creamos la solidaridad y la compasión, porque recreamos la perversa forma de amarnos a nosotros mismos en palabras de amor, porque crecemos en el halago, porque avanzamos en la sumisión ajena, porque oxidamos el alma de otros con el oxígeno de la propia. Porque amamos desterrando, queremos olvidando, escalamos pisando, porque adormecemos el dolor y lo humillamos como hicieron otros, porque anestesiamos la pobreza con la impotencia, porque somos lo que somos y no existen recetas para ser ambos. Soy egoísta, y si tú no lo dices, no mientes, pero dejas de contarme algo.