domingo, 23 de junio de 2013

Desajustes térmicos de la condición humana

En esta indisoluble convivencia soportable con mi humanidad, en el resquicio de mi condición inestable y semi perversa que se adivina cuando se tiñe la cúpula celeste, me ha golpeado un pensamiento que bien necesitaba de estas líneas para alimentar su coherencia. Llega este verano fluctuante con sus vicios y desmanes a sentarse en el porche de cada uno de nosotros como invitado de honor, presto a ser recibido con la sonrisa de siempre. Acostumbrados ya, a vivir presos de los grados y de telediarios repetidos, copias exactas de golpes de calor, insolaciones, cuidados de la piel y especialistas varios con sus consejos hidratantes y térmicos, no dejaba de pensar en una idea que ha terminado por derretirse. La vida nos ha hecho seres inestablemente caprichosos, vulnerables, sentimentales, idólatras, vulgares y cambiantes. Hace escasos días maldecíamos las últimas gotas de esta lenta primavera al despedirse, añorando esos rayos pegajosos de sol de piscina. En pocos días maldeciremos las tardes soporíferas de ancianos a las puertas de sus casas buscando el aliento fresco de los primeros albores de la noche, a camisa abierta y mano en ristre. 
Quizás, y buscando la convergencia perfecta, hallaríamos un calendario inverso, mezclando días y meses al antojo de la perfección y alternando semanas de mayo con otras de diciembre, quincenas de enero con veraneos de agosto. Se me antoja un imposible, lo sé, pero no por ello estoy libre de pensarlo, de creer además que no solo me pasa a mi, y de asumir que el capricho humano está clonado en nuestros genes como el deseo de ser que cada uno desarrollamos. Sería una quimera, un retorcido invento, pero no por ello menos indeseable, o acaso no pensaste una noche de agosto en tu abrigo de plumas, o acaso no miraste con  lujuriosa añoranza una lluviosa y fría tarde de enero, las mañanas soleadas de mayo. Al final, todas las líneas tienden al infinito, el mismo punto donde se encuentra el deseo humano, en lo incalculable, en lo imposible, en el frenético deseo de lo cambiante, lo novedoso, lo diferente. La naturaleza inconformista que nos define nos hace más libres, quizás por ello nunca debería cambiar, somos natural y maravillosamente así, de otra manera todo en el mundo sería homogéneo, porque no quiero pensar que el calor y el frío también lo deciden los de arriba, o tal vez sí. ¿Por eso hablan de un verano más corto? 
Malvados pensamientos estos, será el calor, pero hay días que no la encuentro, dichosa ella que sabe encontrarse y perderse. A tus pies, que allá donde fueres, haga frío o calor, te hallaremos, no obstante, me divierte mucho más buscarte, que el día que te encuentre ya no lo serás tú. ¿Sabes de quién te hablo, verdad?

domingo, 9 de junio de 2013

Cárceles de papel

No quiero ser cárcel ni de mis sueños. A veces quiero detenerlo todo de manera inútil, pero es imposible en esta vida. Esta obsesión intrusa que vive en nuestras mentes hipotecadas de cerrarlo todo para hacerlo nuestro, esa obsesión compulsivamente humana de agotar las libertades ajenas para hacerlas posesiones. Vivimos prisioneros de nuestra propia avaricia. "No quiero ser tu cárcel, eso nunca". Lo decía hábilmente el maestro García. Tampoco quiero serlo de las pequeñas cosas de la vida, ni tan siquiera de los sueños,que deben tener las llaves de mi casa-, o simplemente pasar porque la puerta esté siempre abierta. 
Me pregunto si será necesario parcelarlo todo, vivir entre rejas y ser prisionero de la propia codicia. Tal vez nos daremos cuenta demasiado tarde, pero no es más que la esclavitud de nuestro propio egoísmo, del celoso afán de abarcar todo lo que tus brazos puedan rodear para dar cerrojazos en los rincones. Estoy cansado de las jaulas y los barrotes de acero que me rodean, de los corsés, y las ataduras, de los aros circulares de acero que rodean mis muñecas, porque no hay más libertad que la de la mente, todo lo demás está preso, de la vida, del mundo, o incluso de lo que pienses. Nada es suficientemente libre para olvidar, nada es suficientemente libre para huir, nada es tan libre como el pensamiento para escapar de las ataduras de este mundo espeso y acotado, de este espacio cuadriculado de parcelas con dueño y vallas de algodón que lo rodean todo. No quiero ser tu cárcel, eso nunca. Quiero que seas tan libre como lo soy yo cuando estoy contigo, no quiero dependencias ni esclavitudes, no quiero más que besos que me hagan volver y hagan que vuelvas, no quiero más que recuerdos que me lleven a todas partes, no quiero más que sueños que me abracen, y libertades, caminos vírgenes y arena sin pasos que algún viento borre. Cielos sin nubes que nada indiquen, lunas sin norte, y vidas, muchas vidas que estén abiertas cuando a sus puertas lleguen los sueños disfrazados de libertades, las ideas vestidas de blanco, y desaparezcan las llaves, y las paredes y los colores que hagan distintos los espacios, que solo se vean los contrastes, y que el blanco y el negro existan en el mismo lado. Que haya sombras rectas y no circulares. Ni polígonos, ni verdades, que no existan barreras inrodeables.  No quiero cárceles, eso nunca, porque no creo en ellas, ni tan siquiera con puertas abiertas.