miércoles, 21 de noviembre de 2012

Te decía...

Y sé que no tienes nada que decirme, porque soy yo quien tiene que contarte todo. Quizás sea pereza humana, o tal vez la desidia áspera que se apoltrona en los rincones de este otoño tan llorón que carraspea por las mañanas con el guante gélido de las madrugadas. No sé bien lo que será, pero lo cierto es que no quiero ver caer los días con el folio en blanco, no me gusta ver llegar a la luna inmaculada con las llaves de mi casa sin tan siquiera darte los recados que llevo escrito en las palmas de mis manos para no olvidarlo. Tú sabes que soy frágil, de memoria enlentecida y observador como el vigía. Pero también sabes que pocas cosas me hacen tan feliz como verte sonreír, que basta ver tus ojos para imaginar los días de sol que se tragó septiembre. A veces pasa el tiempo y no recuerdo llamar a tu puerta para dejarte escrito mis besos, pero sabes que me quedo sin tinta en los momentos más inoportunos. Por esto y mil fallos, treinta y tres perdones, por esto y mil defectos ocho años más de condena, por esto y mis sandeces quédate conmigo que no se ya como volver, que no encuentro más camino que el que he caminado contigo, que no hallo mas vereda que la que escribimos juntos aquella tarde. Quédate, y sígueme contando como era sonreír.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigueme contando...

Anónimo dijo...

Que bonito, ¡por dios!

Anónimo dijo...

Qué suerte que te escriban estas cosas. Para la afortunada de la sonrisa: cuídalo, cuídalo mucho.