A veces pienso que no merece la pena vivir. A veces me levanto soñando que todo es una mentira y me doy cuenta de que sigo viviendo la pesadilla. Hoy lo he vuelto a intentar pero no he tenido suerte. La esquina está retorcida y apenas logro darle la vuelta, el frio húmedo rociado de olores putrefactos que levanta este otoño incipiente me aflige aún más. Me cruzo las miradas y se clavan como yagas en algún lugar donde guardo los desprecios como espetos apuñalados en mi alma. Los chasquidos resuenan en mis oídos como latigazos de odio. Nada está tan cerca como la muerte cuando solo te acompaña la soledad, pero nada es más imposible que vivir cuando convives con el desprecio. Voy arañando sonrisas en las paredes que calmen mi ansiedad, me invento caras amables, imagino niños que me lanzan piezas de pan, veo manos que se tienden en mi lomo buscando calmar mi necesidad. Oigo música en el claxon que me advierte, voces que
me llaman, pálpitos que se mueren al despertar de los sueños que llevo en la mochila de mi ignorancia. Tengo descalza el alma, desnudo mi pensamiento y absorto el poco entendimiento que apremia mi necesidad de caminar sin destino. Busco una morada donde dar paz al resquemor que me persigue, tengo sed de amar, leo los pasos de otros y busco huellas que desaparecen, pero tal vez nunca encuentre lo que busco. Estoy condenado a morir en brazos del exterminador municipal, sé que mi vida tiene los días contados con la firme curvatura de la hoz que caerá sobre mi cuando mis torpes pasos se equivoquen. Mientras, sé que hay ojos que me miran con cariño, que despierto inquietud, se que sonrojo a quienes lo hicieron alguna vez sin piedad y sé que soy un valiente que quizás esté condenado a no sufrir más. Mis deseos no son más que utopías. En un mundo de falacias, ser animal no garantiza nada, pero mi fisonomía canina y mi condición de huérfano terminará con mis huesos en algún cementerio de cadáveres olvidados. Esto será lo mejor, he visto horrendas humillaciones y vejaciones, he oído llantos que no se pueden explicar. Pero aún hoy, y tras mi experiencia, confío en torcer la esquina y convencerme de que el aliento se puede perder, que es posible sonreír y lo que es mejor, que la condición humana sabe amar, aunque a veces no lo haga ni consigo mismo.
