
Quizás, y buscando la convergencia perfecta, hallaríamos un calendario inverso, mezclando días y meses al antojo de la perfección y alternando semanas de mayo con otras de diciembre, quincenas de enero con veraneos de agosto. Se me antoja un imposible, lo sé, pero no por ello estoy libre de pensarlo, de creer además que no solo me pasa a mi, y de asumir que el capricho humano está clonado en nuestros genes como el deseo de ser que cada uno desarrollamos. Sería una quimera, un retorcido invento, pero no por ello menos indeseable, o acaso no pensaste una noche de agosto en tu abrigo de plumas, o acaso no miraste con lujuriosa añoranza una lluviosa y fría tarde de enero, las mañanas soleadas de mayo. Al final, todas las líneas tienden al infinito, el mismo punto donde se encuentra el deseo humano, en lo incalculable, en lo imposible, en el frenético deseo de lo cambiante, lo novedoso, lo diferente. La naturaleza inconformista que nos define nos hace más libres, quizás por ello nunca debería cambiar, somos natural y maravillosamente así, de otra manera todo en el mundo sería homogéneo, porque no quiero pensar que el calor y el frío también lo deciden los de arriba, o tal vez sí. ¿Por eso hablan de un verano más corto?
Malvados pensamientos estos, será el calor, pero hay días que no la encuentro, dichosa ella que sabe encontrarse y perderse. A tus pies, que allá donde fueres, haga frío o calor, te hallaremos, no obstante, me divierte mucho más buscarte, que el día que te encuentre ya no lo serás tú. ¿Sabes de quién te hablo, verdad?