Sí. Es ese abismo neutro en el que pareces caer casi por la
inercia corpórea de esos segundos que pasan y te van acercando sin merecerlo.
Ese impulso galopante que manosea tu espalda a golpes, que lleva tu cerebro por
delante pero te hace caer de rodillas como un niño que no quiere, pero
desfallece. Lo maravilloso de este mundo es entonces. Cuando vas a caer con el
paso inerte y los ojos invertidos al paraíso o qué se yo, sólo entonces bajo
tus pies se torna firme lo terrenal, se vuelva tersa la piel que se tragaba tus
lágrimas en su manto de polvo. A veces la luz y la suerte conviven con la
humana existencia para dar forma sencilla a los sueños, para colorear las
tardes que la lluvia turbó con su manto gris y un arcoiris incoloro y
desganado. Sólo entonces te das cuenta que a veces es bueno que vengan a
decirte lo banal de tu existencia, lo inservible de mirar de reojo, lo inútil
de caminar buscando chinas en el camino y lo absurdo de detenernos a la orilla
de los ríos cuando hay mares esperando al final del camino. Me alegro, a veces,
de encontrar el abismo para saber que nunca es tan hondo el frágil hueco en el
que caímos como el sentido del camino que caminamos juntos. Me alegro.
Siete años
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No recuerdo el día que nos conocimos, ha llovido mucho y en la Plaza Nueva
ya no se coge el 17 que me llevaba al Polígono. Eran años de vespino,
Tremendo...
Hace 5 años