Me gusta llevar siempre las llaves encima por si puedo entrar, al menos un rato, a sentarme en la sala y escribir. Derrochar sentidos bajo una candela que me alumbre, que me sosiegue que me detenga en la parada fría de esta vida que corre sin sostén. Recordaba
las palabras de Gata, cuando me decía aquello de las carreras del tiempo, y es que apenas hay tiempo para lo que verdaderamente lo necesita. Me asomé a al ventana a eso de las diez, cuando terminé de luchar con el frío de mis sábanas y me atrapó la luz de aquel ventanal enorme que da a la plaza, a la esférica llanura que congrega a propios y extraños. Caían del cielo lazos blancos, copos de tiempo que se desplomaban insensibles sobre el asfalto helado del mercado. Recordé entonces todo lo que corremos para llegar a nada, el tiempo que empleamos en cosas inútiles y el que perdemos en cosas que creemos importantes. Veía nevar y pasaban por mi memoria miles de recuerdos otoñales, primaverales, estampas navideñas y vanalidades de la época. Quiero atrapar un copo y preguntarle si el tiempo le agobia para llegar a su destino. Cuando llegue no se parecerá en nada al que se engendró en aquellas alturas, cuando pase un tiempo será aún menos reconocible, y con las horas ya nadie dirá ni tan siquiera que estuvo allí. Vaya vida copo, pero no es muy diferente a la de todos nosotros, cuan identificado me siento contigo. Me prometo no correr, ni pasar el tiempo sin vivirlo, te prometo a ti, que vi como caías y te fundías en mis manos que nada será importante si de verdad no lo merece, que cada segundo de vida que dedique a quién lo haga, a qué lo dedique, será merecido. ¡Bendito Invierno!
