Me detuve a mirarlo de nuevo, como si su voz susurrara a su paso por el cristal. Penetraba un eco sordo en mi silencio, me atraía, me imantaba, me llevaba a ti. No conozco la soledad, o no me acuerdo de su nombre, de esos silencios muertos que blanquean las partituras. Llegué hasta el marco con el corazón latiendo entre mis manos, con un verbo inútil en mis labios, pero con un recuerdo persistente que me olía a esas noches cuando estás tú. Mientras intentaba distinguir la línea invisible que une el mar con el firmamento, despidiendo el último rayo de luz del día, esperaba acortar la distancia y recortar kilómetros como el niño que juega a unir puntos. Y de nuevo su luz, como una llamada insistente, como el recuerdo que nunca se borra, una y otra vez acariciando el cristal de mi ventana, golpeando suavemente el contraluz y dejando pasar tu aroma.
No hay distancia sino tiempo, no hay millas por andar sino segundos que aún no conoce el segundero. Lento como el mar que muere en silencio, como la luz que viene a mi ventana cuando agota el tiempo. Te esperaré, como la noche espera, como el telón negro su momento. Así te esperaré, tras la ventana, buscando en cada haz de luz tu silueta en el camino hasta este firmamento. Y cuando llegues todo volverá a ser como siempre, como lo sueño aún despierto, como pasa la vida cuando todo es conveniente, como quiere un niño, como quiero yo. A veces no es tan difícil hacerlo todo nuestro, pero es mas difícil sin ti. A cada instante necesito saber que estás ahí, que me miras, que sonríes, que no hay distancia sino tiempo.
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