En esta indisoluble convivencia soportable con mi humanidad, en el resquicio de mi condición inestable y semi perversa que se adivina cuando se tiñe la cúpula celeste, me ha golpeado un pensamiento que bien necesitaba de estas líneas para alimentar su coherencia. Llega este verano fluctuante con sus vicios y desmanes a sentarse en el porche de cada uno de nosotros como invitado de honor, presto a ser recibido con la sonrisa de siempre. Acostumbrados ya, a vivir presos de los grados y de telediarios repetidos, copias exactas de golpes de calor, insolaciones, cuidados de la piel y especialistas varios con sus consejos hidratantes y térmicos, no dejaba de pensar en una idea que ha terminado por derretirse. La vida nos ha hecho seres inestablemente caprichosos, vulnerables, sentimentales, idólatras, vulgares y cambiantes. Hace escasos días maldecíamos las últimas gotas de esta lenta primavera al despedirse, añorando esos rayos pegajosos de sol de piscina. En pocos días maldeciremos las tardes soporíferas de ancianos a las puertas de sus casas buscando el aliento fresco de los primeros albores de la noche, a camisa abierta y mano en ristre.
Quizás, y buscando la convergencia perfecta, hallaríamos un calendario inverso, mezclando días y meses al antojo de la perfección y alternando semanas de mayo con otras de diciembre, quincenas de enero con veraneos de agosto. Se me antoja un imposible, lo sé, pero no por ello estoy libre de pensarlo, de creer además que no solo me pasa a mi, y de asumir que el capricho humano está clonado en nuestros genes como el deseo de ser que cada uno desarrollamos. Sería una quimera, un retorcido invento, pero no por ello menos indeseable, o acaso no pensaste una noche de agosto en tu abrigo de plumas, o acaso no miraste con lujuriosa añoranza una lluviosa y fría tarde de enero, las mañanas soleadas de mayo. Al final, todas las líneas tienden al infinito, el mismo punto donde se encuentra el deseo humano, en lo incalculable, en lo imposible, en el frenético deseo de lo cambiante, lo novedoso, lo diferente. La naturaleza inconformista que nos define nos hace más libres, quizás por ello nunca debería cambiar, somos natural y maravillosamente así, de otra manera todo en el mundo sería homogéneo, porque no quiero pensar que el calor y el frío también lo deciden los de arriba, o tal vez sí. ¿Por eso hablan de un verano más corto?
Malvados pensamientos estos, será el calor, pero hay días que no la encuentro, dichosa ella que sabe encontrarse y perderse. A tus pies, que allá donde fueres, haga frío o calor, te hallaremos, no obstante, me divierte mucho más buscarte, que el día que te encuentre ya no lo serás tú. ¿Sabes de quién te hablo, verdad?
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