Quiero pensar que el mundo es tomar decisiones, quiero pensar que las tomo con la más absoluta libertad, quiero pensar que decido mi espacio y sus circunstancias, mis charlas, mis escuchas y el mismo palacio donde viven. Pero a veces dudo, y a veces viene a mi esa verdad a medias que galopa en los diarios, ese gigante ojo que todo lo domina y la mano imperturbable que entre todos colocamos. No me siento responsable de aquello que no hago o dejo de hacer, como no haré responsable a nadie de mi futuro, como no lo hago de mi presente, como no lo he hecho de mi pasado. A veces salir a la libertad no depende de ausentarte de tu puesto de trabajo un día, a veces la libertad no vive ahí. La libertad no está bajo ninguna bandera, no lleva camisetas, no tiene nombre ni siglas, no reclama verdades absolutas ni separa, ni divide. La libertad es libre, es incolora, no huele a nada más que a libertad, y vive en quien la busca, en quien decide, en quien la toma con la convicción de lo que hace, en los sueños, en la conciencia, y en los pasos que andan solos.
Yo la necesito, y por eso, mañana decido yo, decido hacer lo que me dicta el sentido común, mi sentido, pudiendo estar en la más profunda de las equivocaciones, en un error infinito que me haga perecer, pero lo haré libre, sin viajar bajo color alguno, sin distinguirme bajo ningún lema. Yo quisiera que todos fuéramos libres, y libres para decidir ser libres, y tomar decisiones de libertad, y serían decisiones sensatas, unidas e indefinidas, aquellas que se toman en septiembre y deciden anclar los procesos hasta que se retomen las verdaderas libertades, los derechos y valores, el trabajo de los que siguen soñando que hay una educación diferente.
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