Hace frío. Lo se porque lloran los cristales al otro lado, porque el péndulo lunar escancia el tiempo con pausa, y porque los pájaros se funden con las ramas del viejo madroño languidecido. También lo veo en las figuritas efímeras que dibujan los niños con sus respiración mientras ríen asombrados, y en mi, en mi propio caminar tembloroso y encojido sobre mi soledad. Paseo como de costumbre con nocturnidad en ciernes y sosegada cadencia, mientras bebo de las fuentes que chorrean del manantial de la vida. En cada losa que pierde su virginidad tras mis pasos brota una historia ávida de ser conocida, y merecidamente envasada en tarros que puedan transportarse a libros que leer. Sin duda hay páginas de relatos apoltronadas en las esquinas, plantados en las huellas de los pasos, humedeciendo los cartones a la puerta de alguna expendeduría. Poemas esconde el mundo, pero pocos los saben leer, relatos ofrece la casualidad pero pocos se han de contar.
Meditaba al paso paradigmas inventados, teorías sin sustento y falacias varias de esas que adornan la realidad cuando me sorprendió una mirada que no esperaba. Estoy acostumbrado a observar, y a veces, me ruboriza el descaro con que lo hago inmerso en mi quietud mientras lo pienso. Pero me resulta casi ofensivo cuando soy el blanco del objetivo pupiloso de algún cazador de vidas.
Cuando un iris retrata lo hace con el suficiente nervio como para ser descubierto y hallado en la infragancia de su delito. Del mismo modo sucede que duele la presión ocular sobre la piel, que penetra en ella observado la crudeza descarada de quien lo hace. Pero en esta ocasión, me sentía casi cómodo, diría que incluso ruborizado. Una ojeada me bastó para entenderlo todo.
Es común aquello de la conexión, pero sentirlo perdura en el epitelio y cada vez que silva el viento matutino siento sus ojos sobre mis brazos que repelen la angustia en una erección de bello que me electriza. Y es que aquella noche me bastó una mirada para dar por satisfecho mi paseo. De ojos verde desconchado, con una chaqueta azul querosenada, un pantalón de pana provenzal y unos ojos prestados por la soledad emergía Chris. Harapiento, desconjuntado, sin fuerzas para levantar la mirada, sin ganas de hacerlo, hastiado de promesas infundadas y cuentos de navidad que regalan cantos de sirenas que mueren bajo el mar.
Algo no funciona, pero tengo la sensación de que hemos conectado, estamos de acuerdo en todo, en la miseria, en la opulencia, y en la virtud de lo mediocre que estamos pensando. Asentir parecía lo más inimaginable sin mediar palabra, pero lo hicimos. Su vida, como la mía, no tienen porque ser tan diferentes, solo depende de coincidencias que en algún momento no coincidieron. En aquella, si lo hicieron nuestras miradas, se que me entendió, nos entendimos. A mi también me duelen las falacias, los teatrillos inventados por marionetas de papel, las películas de guión anticipado. Leí tus ojos, y me fui feliz para casa, con los mios, con apuntes de tus ojos sobre mi cajón de cosas importantes, junto al de necedades, pero lo cerré bien para que no se mezclasen los recursos. Valió la pena salir a pasear, como siempre. Bendito paseo de calle.
1 comentario:
Y benditas miradas tras la cuales "duele la presión ocular en la piel"; "lloran los cristales al otro lado"; "poemas esconde el mundo" y "relatos ofrece la casualidad"...Maravilloso texto, querido Miguel, de pellizco en el estómago, nada nuevo en tí...es lo que espero, y encuentro, cuando me doy un paseo por este blog y leo una historia "envasada en tarros que puedan transportarse a libros".
Un fuerte abrazo.
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