Te echo tanto de menos que no logro ni acordarme de aquel olor que me perseguía cuando vivías en algún lugar de mi recuerdo. Te echo tanto de menos que he comenzado a olvidarlo todo. He perdido las notas que escribías en la arena, los refranes que leías en los tarros de mermelada, he perdido tus letras en algún pozo de colores entremezclados, tu color ya no sabe a celestes y a verdades. Te echo tanto de menos que he comenzado a olvidarme, a dejarlo todo, a perderte, a destripar mi nombre sin dar cuenta a nadie de que hablábamos de lo mismo. Y se marcha todo sin más, sin que nadie haga el más mínimo esfuerzo por dar freno a mis tentaciones. Sé que volverás conmigo, que volveré a ti, porque me necesitas casi tanto como yo te anhelo, pero a veces es imposible lo necesario. Y mientras digo todo esto, hay algo que no te confieso, a decir verdad, es innecesario, porque tú y yo, porque yo y tú, estamos hechos para encontrarnos, pero tal vez el lugar da igual, o el momento, y qué le importa a nadie si soy yo quien no se acuerda en que página logre de ti olvidarme, que importa al rico si el mantel del pobre es la alfombra que excusa sus vergüenzas. Te has ido huidiza entre ríos de tinta, has manchado los versos inmaculados con tu arrogancia, pero sé que volverás, que echas de menos que te abrace, que te tenga entre mis manos y que te deje escapar en una exhalación impetuosa de mi esencia más humana. Sedosa, cristalina, inquieta y versátil, quién soy yo para hacerte mía, para encarcelarte entre mis brazos, en la comisura de mis labios, para impregnarte de las huellas de mis manos, quién soy yo. Y quién soy sin ti, y quién eres tú que me besas y te escapas, me amas y desprecias, me atas a ti como un esclavo y sueltas mis cadenas aplomadas al compás de un sufrimiento. Y quién soy yo para enrejarte, para ser carcel de tus besos, para asfixiar tus pasos con mi veneno, para calmar tu sed con mi arrogancia, para destrozar tus intenciones con mi esmero, y quién soy yo sin ti. Ni sé más, ni quiero, ni tengo fuerzas si no estás, si no abres mis puertas, si no encandilas mi camino, si no alfombras mis pasos. Que imperfecta sería mi existencia, que triste, que lamentosa; que silencio, que agonía, quién soy yo sin ti, quién puede sin ti hallarse, maldita, impertinente, caprichosa y arrogante, inmortal, bendita y generosa inspiración.