Sabes que no hay nada que me aterre más que la oscuridad. Pero no aquella oscuridad que desciende del infierno, o aquellos recovecos inocuos de casas abandonadas, ni los silencios de callejones que duermen al amparo del felino nocturno, ni tan siquiera el reflejo azul de la transhumante luna en la lápida del campo santo. A veces siento pavor, y llevo días inventando maneras de hacer celestes en los parches que pongo en mi diario, paso noches pensando en cerrar los ojos y buscar culpables que me devuelvan todo. Me aterra el silencio oscuro de la luminaria de mis pasos, el candil añejo que sostengo en mi mano derecha, la perpetua luz de mis noches, me aterra que se apague esa luz, la de tus ojos.
Primer viernes de Cuaresma
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Primer viernes de Cuaresma, minutos antes de las siete de la tarde. Por
lontananza, recortaba la moderna silueta de las setas un atardecer
machadiano, ent...
Hace 1 año
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