domingo, 26 de octubre de 2008

Sombras

Es curioso observar que no identificamos ni la propia. Tengo mucho tiempo para divagar en mi nueva morada, pero es casi imperceptible el que pierdo haciéndolo racionalmente. Me entretenía -ahogando la distancia- en un juego de sombras con mi propia masa corpórea para intentar observar mi capacidad de reconocimiento. No daba crédito a las imágenes que mi cuerpo formaba al digerir la luz que lo iluminaba. Veía formaciones jamás reconocidas por mi perspectiva, y mientras jugaba intentando imitar -de manera burda- aquellos juegos de sombras que sugieren vidas animadas, algo me sobrevino de repente, a darme pataditas en la conciencia. Todos mis post nacen de coqueteos con la vida, o mejor, de roces con un diario que cuando se hace cansino siempre inventa algo para hacerme pensar.
Volviendo a las sombras, hubo algo que me llamó tanto la atención que necesitaba escribirlo antes de gritarlo en la sierra del Ahillo, o en algunos de los montes que me rodean; Qué maravilla de naturaleza. A veces, se desfigura tanto el contorno de nuestra propia esencia que no somos más que sombras. Conocemos muchas a menudo, y no nos preocupa nada más de ellas, ni tan siquiera saber si tienen luz, si son reales o si han llegado por caprichos de la vida o por necesidad. Las sombras son la representación de toda aquella parte que recibe luz, una imagen, un dibujo interpretado de la realidad, una desfiguración de la forma, y un esquema lirondo de lo tangible. Estamos rodeados de sombras, de cuerpos que tienen forma en nuestra mente, pero sin rostro, sin rango, sin capacidades clasificatorias en nuestra pirámide sentimental.
Salí con la intención de mirar cada rostro, de volverme al mirar al suelo y ver siluetas dibujadas, de mirar a los ojos y empezar a entender que allá donde llega la luz todo tiene un tacto diferente. Vivimos aniquilados por el tiempo, consumidos por una vida de prisas, que dibuja segmentos en mentes que se aplanan ante lo más efímero. Recuerdo el nombre de la primera sombra que vi ese día: Juan, el camarero del bar de la plaza. Hoy ha pasado a ser un haz de luces reflejadas, un sencillo soneto de fotones que esconde algo más que cervezas tras una manga cansada de servir amuletos por sandeces. No tiene nada que ver con aquel reflejo sombrío de cada mañana sobre el adoquín humedecido de la plaza.
Es algo más que una sesión memorística de rostros, es abrir una puerta a la empatía, al libro de las páginas en blanco. Me niego a seguir viviendo en una vida de representaciones, mientras haya luz hay esperanza. Voy a dejar de tomar cafés con sombras, de comprar comida a siluetas, de correr por veredas que están llenas de perfiles en negro. El primer error de la sombra está en la dimensión. Tal vez estemos perdiendo eso, la dimensión de las cosas, -¡que horror!-, voy a volver a redimensionar mi percepción antes de perder la perspectiva de las cosas importantes, que quizás no son demasiadas, o tal vez estén todas almacenadas como sombras.

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