La causa unívoca del silencio de mi pensamiento a veces la encuentro, a veces la busco en ti. En ese silencio cristalino de tus ojos azules, en la perfección sublime de tu sonrisa, en el terciopelo suave de tus manos, en la caricia insuficiente de tus ojos al mirarme.
Muera el tiempo asfixiándose en mis manos mientras te tomo y te tengo, al fin, son segundo que nunca volverán por más que los busque en el recuerdo, por más fotos empolvadas que hoy guarde en un lugar secreto para encontrar en un no se sabe cuándo. Los días no volverán, ni tu olor, ni tu presencia de ahora, ni la de antes, ni la de hace segundos. Se esfumará todo con el telón empolvado, con la injusta penitencia humana de este tiempo que no cesa. Mientras, en la plenitud más humana de la consciencia intento buscar cada uno de tus palmos, leer todos tus versos, hallar cada una de tus preguntas, buscar tus ojos y su distancia, la trayectoria de tus deseos, la inercia de tu pensamiento y el crujir de tus emociones golpeando contra la misma luna de la vida. No quisiera arrepentirme de no haber vivido cada lance de tu existencia, cada suspiro, cada inhalación que hice mía con tus labios cuando besaba tu pecho en mi insistencia, en mis ganas y mi quietud por mantener inerte lo que se llevaba el tiempo.
Cuando todo pase, cuando mi fiebre enamorada y enferma atraviese las dagas de mi alma con su versátil llanto sabré que he perdido al niño que duerme entre mis brazos. Mientras, al menos mientras, seguiré soñando cada segundo como lo hago, amando la vida y sus instantes como el único alimento de mis días, como la única forma de existir, en la luz de tus ojos.