Los pliegues de la vida a veces se retuercen tan cerca que duele su insistencia cansina. Por más que avancen mis ojos hacia aquel horizonte blanco, el gris de la mediocridad lanza dardos envenenados al alma. Pero el destino no es más que un camino inverso a la génesis propia, un empedrado de fortunas donde desaparecen las montañas bajo el aliento de la experiencia.
Por más que busco no encuentro un ser que viva en propiedad, un corazón que se alimente de su nobleza y jamás reciba un suspiro de sus congéneres. Tal vez el aliento mejorado de una palabra termina por crear un corazón insano, pero sin duda la espada duele cuando es la cara de un diario que no escribes solo, pero lees en ausencia solitaria. Esas páginas anodinas que transcurren a la humedad de un índice empolvado, de unas manos rasgadas que no entienden de propiedad, que mueren sin caricias y que pierden su esencia por estar ausentes. La vida vive en los demás, en ellos y en ti como un deseo, una necesidad, un sentimiento de ahondar en los pensamientos, de sentir su pureza, su incomprensión y hasta su odio, pero no hay pensamiento mas triste que el que vive en soledad. En la inmundicia de un destartalado amor perverso, convenido refugio del desconsuelo, del desconsolado, del aturdido, y tal vez, del solitario. Los corazones acostumbrados a compartir suelen sentir rubor e incluso podredumbre, descomposición y hasta fragilidad.
No es que tenga el alma llena de subterfugios, de recónditos espacios rellenos de nombres e historias que vinieron a condecorar sus recovecos, se trata de algo humano que pervive en la existencia de cada uno. El alma no necesita palmeros, ni convenios, ni gritos en calma. El alma necesita, vivir libre de ataques, de furias inconclusas, de odios exportados, de rencores adoptados, de llantos fronterizos, incluso de miradas que no miran. El alma necesita almas, manos que te toquen, gestos que den abrazos, miradas que miren cuando miran, palabras colmadas en discursos vacíos, ojos que te miren en la distancia, y presencia, caminos y acompañantes que caminan sin varas para ser apoyo, y apoyarte, para ser norte y enderezarte, para ser suficiente y sustentarte.