Estoy almidonado en montañas de reflexiones que quiero hacer mías y rehuir, me da miedo pensarlas y pánico abandonarlas. Mientras la tragedia sobrevuela el paraíso fingido, y las lágrimas han convertido en insalvable la desgracia, camino con respuestas sin preguntas que se disuelven en la ingravidez de su proporcionada desmedida. Eufemismos exagerados que merodean una falsa democracia, una idealización que no habita más que en nuestras mentes y un silogismo tedioso que ya cansa. Libertad. Y millones de libertades, y libertinaje, y liberación, y dominio, y libertad propia fusionada con usurpación de esta facultad ajena. Confundimos, nos confunden, evadimos y nos evaden, pero el caso es que sigue durmiendo latente el inconformismo humano con la desidia permanente de una reconocida ignorancia que es más miedo que verdad.
Llevo toda una vida cegado por destellos de libertad tras un cristal opaco de lágrimas acuosas en un país que exporta a voces la irrealidad. Me descorcho a risas cuando oigo a Jarcha cantar mentiras, o quizás mejor, utopías inalcanzables -valga la redundancia-. Libertad sin parangón en feudos donde si apetece rebano la vida de quien siento poseer, donde observa al otro lado un ojo que Orwel desenmascaró y que hoy no vemos; porque nos ve. Libertad en el paraíso del bienestar donde ando cauteloso, y persigo con mi mirada y los dedos de mi tacto la cartera donde guardo algo más que recuerdos que me puedan sostener. Libertad en un país repleto de llaves, prohibiciones y lugares reservados, libertad con miedo, resquemor, y páramos inaccesibles.
Mi retiro laboral, comienza a ser algo espiritual, idílico, un remanso de paz interior centrifugada que necesitaba para vivir. Estoy contagiado de una vida mansa, donde puede dormir la conciencia sin cerrojos, donde pasear no se convierte en un cruce de miradas intuitivas que descifren el peligro a palmos antes de que sea tarde. Pedazos de libertad que no se cobran, momentos que no necesitan elegir sitios sino parar donde apetece. Elegir un compañero involuntario de paseo en algún recóndito lugar sin sentir el pulso acelerado a golpe de imaginación anticipada. Estoy descubriéndola calma y sentada en el paseo junto a la fuente, emanando de cada sorbo naciente, de cada suspiro de aire de esta sierra maravillosa. Pero ando perdiendo la inmunidad social, la armadura incorrupta que forjé con diamantes troceados, el muro infranqueable hacia lo desconocido lo he tumbado con un manotazo de confianza chorreante que me estremece. Ahora que te conozco tengo miedo, y no se si es perdición de esta condición humana o pánico a no ser entendido más allá de estos lugares de pérfida, absurda, incrustada, bienvenida y bendita libertad.