domingo, 10 de mayo de 2009

A veces...

El reto es volver. Como casi siempre que se empieza algo, la meta es llegar, a algún lugar equivocado o no, que sintetice de manera liviana lo que comenzó. El viernes comencé, como cada viernes, el viaje de regreso a esa calma mansa que duerme en el mar, al edén de mis primaveras. Lo sorprendente no era viajar, que es un anexo de mi vida,una prolongación más de mis obligaciones, lo inusitado de todo aquel embrollo semanal era una desgracia contagiada por la necesidad de los tiempos e impuesta por la debilidad galopante de nuestras almas socializadas. Me había quedado sin batería en el móvil, y lo que pareció un síntoma de independencia se fue consagrando como un diagnóstico de frustración comunicativa que cursaba con fiebre de soledad nerviosa. Mi vida empezaba a hacerse pequeña porque lo iones de litio de aquel pequeño aparato electrónico habían desaparecido. Mi desesperación era inoperancia, porque la vida entre cuatro puertas de un vehículo rodante a veces acristala la mente de recursos inservibles para el uso humano. Paré en varias gasolineras, o mejor, en dos o tres estaciones de servicio, pero no me lo ofrecieron. De todo, comida, gasolina, aceite, café, tabaco, pero no había un solo teléfono para llamar. La era de la comunicación y no podía decir a quien me esperaba que llegaría no una, sino tres horas mas tarde.Una paradoja tan innecesaria como absurda pero que corroía el tiempo en sentido inverso a mi tranquilidad. Mi ansiedad se vencía, me costó encontrar un terminal en toda una ciudad, pero aún hoy me pregunto, para qué las queremos. Si hay pocas y las que hay, como aquella, la de la esquina de azulejo rosa y pieles indiferentes estaba inservible, y ésta, la que encontré acá, en el lado del azul verdoso donde se reflejan las sonrisas que ahora hasta me molestan, tomó prestado los euros con los que esperaba escuchar su voz,o mejor, que escucharan la mía. A veces, es inservible comunicar aunque lo intentes. A veces, es complicado vivir de otra forma, a veces, es complicado vivir.

martes, 5 de mayo de 2009

Crisis

En tiempos de maletillas como dice el profe, de ausencia de escrúpulos, de añoranzas, de vivencias repetidas, de una coletilla redundante que recuerda que todo tiempo pasado fue mejor, aún hay cosas que no cuestan dinero. Pequeños detalles que te dejan vivir, esencia de una vida que sería imposible sin esas minúsculas proposiciones que te hacen feliz. Podría enumerar miles, y es que la crisis está despertando en todos unas inusitadas ganas de vivir y salir del conformismo y la frustración.
Esta mañana me he ido de mi casa con la mejor de la sonrisas que conozco, y al llegar al trabajo algo me ha hecho recordar que las cosas pequeñitas son las importantes, o al menos, las que dan sentido a una existencia llena de una opulencia hiriente sin reloj. He recibido uno de esos presentes, que no por su valor material, pero si por su consistencia espiritual y sentimental me ha hecho pensar que la crisis va con todos pero no puede con todos. Me han regalado cinco céntimos, pero no cinco céntimos cualquiera, me han regalado casi cuatro gramos de acero recubierto de cobre ovalado y con la imagen de la Virgen de la Cabeza. Puede parecer vulgar, profano, e incluso comercial o falaz, pero lo cierto es que me ha hecho ilusión.