lunes, 27 de octubre de 2008

Música

Hay lugares, como huellas en la memoria, que duermen en letras de canciones. Parece que sus autores vivieran contigo, despertaran de tu cama o los vieras al fondo del pasillo escribiendo sus canciones en tu escritorio. Te identificas con estrofas que escuchas en el autobús, al cambiar la emisora del coche, al ver un anuncio, al quebrar la puerta de un establecimiento. Me pregunto si la vida está hecha de historias que se acumulan en compartimentos estancos, tan iguales como las vidas clónicas de los que las padecemos en distinto tiempo. Será un ciclo que nos abarca a todos el de la existencia que milimetra el paso de su movimiento para no coincidir, pero que se repite como su nombre indica.
No se lo que será exactamente pero me gusta escuchar canciones que me traen recuerdos, malos y buenos, porque parece que la vida no solo se detiene, sino que retrocede, vuelve, y siento aquellos momentos de nuevo, con la misma ilusión, nerviosismo, inquietud. Hablar de la vida es lo más normal del que lo hace, nos pasamos la vida hablando de la vida, pero es necesario. La música es un complemento más, importante, pero que tiene el poder de temporizar los hechos, de rememorar a golpe de corchea aquel momento que no eres capaz de rescatar de tu memoria con el esfuerzo humano de la sinopsis.
Hoy llevo en el coche libros escritos que solo puede leer la máquina láser que los reproduce, pero seguramente pueda interpretarlos con una llave que solo yo tengo. Cada uno la suya, pero la mía la guardo yo, no puedo entregarla, ni compartirla, solo a mi me abre las puertas de un sentimiento que nació y morirá conmigo, que le pone música a momentos, que escribe con blancas los silencios de mi vida. Me hace ilusión recordar, es un momento único para sentirme vivo y vivido, para demostrarme que camino. El refuerzo necesario para comenzar un lunes, que como todos tiene muy buena pinta, solo me falta algo,- bueno, lo de casi siempre- pero ya voy entendiendo que en la existencia no se consuma la plenitud, no me conformo pero lo asumo, mientras escucharé, sentiré.

domingo, 26 de octubre de 2008

Sombras

Es curioso observar que no identificamos ni la propia. Tengo mucho tiempo para divagar en mi nueva morada, pero es casi imperceptible el que pierdo haciéndolo racionalmente. Me entretenía -ahogando la distancia- en un juego de sombras con mi propia masa corpórea para intentar observar mi capacidad de reconocimiento. No daba crédito a las imágenes que mi cuerpo formaba al digerir la luz que lo iluminaba. Veía formaciones jamás reconocidas por mi perspectiva, y mientras jugaba intentando imitar -de manera burda- aquellos juegos de sombras que sugieren vidas animadas, algo me sobrevino de repente, a darme pataditas en la conciencia. Todos mis post nacen de coqueteos con la vida, o mejor, de roces con un diario que cuando se hace cansino siempre inventa algo para hacerme pensar.
Volviendo a las sombras, hubo algo que me llamó tanto la atención que necesitaba escribirlo antes de gritarlo en la sierra del Ahillo, o en algunos de los montes que me rodean; Qué maravilla de naturaleza. A veces, se desfigura tanto el contorno de nuestra propia esencia que no somos más que sombras. Conocemos muchas a menudo, y no nos preocupa nada más de ellas, ni tan siquiera saber si tienen luz, si son reales o si han llegado por caprichos de la vida o por necesidad. Las sombras son la representación de toda aquella parte que recibe luz, una imagen, un dibujo interpretado de la realidad, una desfiguración de la forma, y un esquema lirondo de lo tangible. Estamos rodeados de sombras, de cuerpos que tienen forma en nuestra mente, pero sin rostro, sin rango, sin capacidades clasificatorias en nuestra pirámide sentimental.
Salí con la intención de mirar cada rostro, de volverme al mirar al suelo y ver siluetas dibujadas, de mirar a los ojos y empezar a entender que allá donde llega la luz todo tiene un tacto diferente. Vivimos aniquilados por el tiempo, consumidos por una vida de prisas, que dibuja segmentos en mentes que se aplanan ante lo más efímero. Recuerdo el nombre de la primera sombra que vi ese día: Juan, el camarero del bar de la plaza. Hoy ha pasado a ser un haz de luces reflejadas, un sencillo soneto de fotones que esconde algo más que cervezas tras una manga cansada de servir amuletos por sandeces. No tiene nada que ver con aquel reflejo sombrío de cada mañana sobre el adoquín humedecido de la plaza.
Es algo más que una sesión memorística de rostros, es abrir una puerta a la empatía, al libro de las páginas en blanco. Me niego a seguir viviendo en una vida de representaciones, mientras haya luz hay esperanza. Voy a dejar de tomar cafés con sombras, de comprar comida a siluetas, de correr por veredas que están llenas de perfiles en negro. El primer error de la sombra está en la dimensión. Tal vez estemos perdiendo eso, la dimensión de las cosas, -¡que horror!-, voy a volver a redimensionar mi percepción antes de perder la perspectiva de las cosas importantes, que quizás no son demasiadas, o tal vez estén todas almacenadas como sombras.

lunes, 20 de octubre de 2008

Regresar

Quedan pocos minutos para que coja el coche de nuevo, tome el camino de vuelta y retorne al principio. Como cada lunes, equipado de sabores dulces que aún llevo en mi retina, de momentos inolvidables de los mios en el paladar, voy almacenando las escenas en pedazos de asfalto húmedo de la mañana que quedan tras mis huellas. Me gusta conducir, como diría aquel anuncio, porque es el momento de soledad impuesta más dulce de cuantos tengo. Es el repaso rápido a un fin de semana que intento aprovechar siempre como el último y el momento preciso para organizar la semana a golpe de volante. Se me pasan los kilómetros y a veces despierto de mi aletargo, como si volviera de nuevo, con un sobresalto que me pregunta quién habrá estado conduciendo aquel tiempo que estuve ausente. Que sensación más rara, casi asustada de todo lo que pasa, pero de nuevo el paisaje me pierde en divagaciones de todo lo que llevo conmigo y lo que quiero hacer en estos cinco próximos días con mis alumnos.
Algo más de dos horas de idas y venidas, de sonrisas solitarias, añoranzas, planificaciones, sueños, un arcoiris de sensaciones que me hacen sentirme vivo. Me gusta almacenar fotografías de paisajes, de momentos. Suelo cambiar la ruta poco, pero cada vez que paso por los mismos sitios me parecen diferentes. No hay un solo momento que me parezca igual a otro. Los paisajes tienen la caprichosa manía de iluminarse y oscurecerse, de cambiar colores y animales, de colocar perspectivas diferentes en la retina y de hacerme disfrutar de marcos que no había visto antes.
Será una visión optimista, pero me gusta cada mañana de lunes cuando escuchando la radio navego por tertulias cafeinadas, por mesas redondas de micrófono abierto que hacen el día perfecto. Creo que es de nuevo ese magnetismo herciano el que me contrae el alma y me hace dudar de todo, hasta entristecer echando de menos tantas cosas y poniendo preguntas que leo en los hitos kilométricos escritas en cursiva. La radio, la canción de cuna, el sueño del niño, la pasión y el deseo de reencontrarme de nuevo. De momento, me conformo con disfrutarte de nuevo como oyente, peor no sera por mucho tiempo. Cuando algo llama a tu puerta con tanta insistencia, has de oír, has de atender, quizás cuando abras ya no esté. ¡Vaya!, estoy llegando y los doscientos cuarenta y dos kilómetros se han esfumado encerrado en mi cárcel de cristal, creo que iba conduciendo pero no estoy muy seguro, lo único exacto es que he llegado: Alcaudete, bueno sin la "A", cosas de críos, parece un pueblo catalán, ironías, pero es mi nuevo mundo, mi nuevo paraíso. Hasta el sábado, o como diría aquel, hasta dentro de tan poco como tu quieras.

sábado, 18 de octubre de 2008

(Re)Encuentros

A veces me pregunto a quién pertenecemos, quien es el dueño que nos demanda, o el juez que tiene el designio de nuestras vidas. Es inútil intentar controlar aquello que nos supera porque sería preocupar la mente en cuestiones del alma y entretener al corazón sin darle tiempo para saborear la vida. Cuando la soledad es elegida cada momento se aprecia como un sorbo de fresco manantial que sacia lo justo al correr por la garganta seca. Pero si no la eliges, la impresión cambia a golpes de segundero.
Es curioso como se añora aquello que no sacia, aquello que no tienes justo cuando lo deseas tener. Una vida llena de hermosas contradicciones y un paraíso burdo construido por la mente humana que echa mucho de menos al corazón. Navegar ha quedado a la suerte de algún fin de semana en mis ratos de soledad. En ellos he leído fragmentos que aun dan con sus nudillos en mis estertores, y me vienen a la mente, y me hacen reír, soñar, sentir. La soledad elegida, el rincón de encuentro con uno mismo, con el yo, con el “mi” de cada fragmento que me pertenece.
Cuanta razón llevas amigo, y que necesaria es, que necesitada, pero cuando es impuesta y condenada a la distancia te hace cosquillas en sitios que no me hacen reír. Aprovecho cada fin de semana para reencontrarme con todos, con aquellos que quiero, con los que amo, con los lugares y rincones que me vieron nacer, con ella, con mi soledad y conmigo. Los necesito a todos, cada uno de ellos da a mi vida un sentido que no quiero perder, todos son soporte de lo mucho o poco que logré construir y cuando no están, tiembla el raso que los sostiene.
La distancia no separa, mentiras, o verdades a medias, que se yo, lo único que me queda claro en cuarenta y pocas horas es que necesito este mundo que he creado, este espacio que han inventado para mi, estos ratos de soledad, de amistad, de cariño y de amor, de pedazos que dibujan el paraíso perfecto de mis noches en el sur.

domingo, 12 de octubre de 2008

Hoy, de vuelta...

La vida es un suspiro improvisado en un mundo de imprevistos. He vuelto a pasear por los callejones de estos barrios y tengo la sutil sensación de que todo ha cambiado lo suficiente como para hacerme volver mil veces y sigue tan igual como lo soñaba para atraparme. Echaba de menos las sensaciones de leer los plumazos del corazón en libros virtuales que pasean por la red. Llevaba demasiado tiempo sin volver y ya sentía el pavor de estar viviendo en un mundo que no era el mio. Ha sido tan grato el regreso como los inicios. Mi trabajo, de momento, no me deja navegar a gusto por este océano, pero recuerdo cada gota, a cada marinero, y espero naufragar a ratos por este paraíso. Porque echo de menos los botes que pasan cuando pareces perdido, el lento compás y el susurro de las olas. Nada es necesario hasta que se pierde, o al menos hasta que está lo suficientemente lejos como para añorarlo. Volver al paraíso, y a cada ventana que suelo visitar a menudo ha sido como volver a mi rincón, tan profundo que no tengo tiempo para describirlo porque todas las palabras duermen en mi corazón intentando construir los sentimientos.