miércoles, 2 de julio de 2008

Lo odio...

Acabo de salir buscando el aliento fresco de la tarde. Aún me huele a primavera marchita en este habitáculo tan extraño. Necesito mi espacio y encontrar un edén ajardinado con tulipanes azules donde mi única molestia sea tu recuerdo. Se han oscurecido mis tardes antes de anochecer, amanece casi en el ocaso y apenas tengo tiempo para ver el sol en la hilera de días interminables que has tejido en la cremallera de mis ojos. Busco ráfagas en el flexo iracundo que pernocta en mi escritorio y no hago mas que derretir lágrimas en letras reconstruyendo una historia que debo olvidar. Siento el golpeo sudoroso rompiendo mi epidermis, puedo apreciar el jadeo incesante en los estertores del único ventrílocuo que me queda y no tengo fuerzas para detenerlo. No tengo miedo mas que a esta soledad angustiosa, a mirar sin ojos y ver la nada, a encontrar puertas cerradas que nunca se han abierto. Y vuelve mil veces el estúpido deseo de verte, de abrazar un suspiro de tu lenta respiración y detenerlo en mi aliento acariciándolo con sutileza. Doy golpes en toneladas de acero castigando mis decisiones, y el eco se silencia en paredes blancas acolchadas con la envidia que te tengo. Envidia de deseo, de miedo a hacer siempre este momento. Cuando cese la tormenta quizás no quiera recordarte, o tal vez no pueda, o simplemente no lo haga, pero no te olvidaré. Y no porque hayas sellado mis labios con el colágeno celeste de los tuyos, ni porque lleve tus ojos acristalados en mis pupilas, ni tan siquiera porque recuerde tu tacto sobre mi. No te olvidaré porque has hecho imborrable mi deseo, aún anida la semilla entre tus dedos y siento que me faltan pedazos que has ido escamando a millones de años luz. Cuando logre diseccionar el hilo membranoso que me une a tu desprecio, seré libre.
No hay mejor mañana que la que amanece, ¿ves porque odio soñar contigo? Llego tarde a trabajar...

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